30 años del descubrimiento del virus del Sida

El primer caso de VIH/Sida, la última pandemia global, se diagnosticó hace ya 30 años, en este tiempo 60 millones de personas han contraído la enfermedad y 22 millones han muerto.

 

El 5 de junio de 1981 el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos publicó el primer caso de VIH/Sida y lo describió como una ”neumonía letal” que se propagaba entre los homosexuales. A finales de ese mismo año ya se habían detectado 121 personas enfermas y comenzaban a diagnosticarse nuevos casos en Europa.

En España el primer caso se conoció en octubre de 1981. Cinco años después el retrovirus se denominó virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), nombre con el que se le conoce hasta la fecha. Además, en esa época se descubrió que el virus podía estar hasta 10 años en el paciente infectado sin dar síntomas, por lo que los enfermos podían haber estado infectados durante años sin saberlo. Este hecho ayudó a su rápida propagación y también contribuyó a que ésta haya seguido extendiéndose -de cerca de 8 millones en 1990, hasta 33 millones en la actualidad-.

Pero no sólo el desconocimiento científico ha ocasionado su rápida transmisión, ha habido más causas que lo explican, como la forma en que se ha respondido a la enfermedad. Al principio se propagó más entre la comunidad homosexual y entre los consumidores de drogas intravenosas al compartir jeringuillas. Por este motivo, parte de la sociedad occidental asumió la enfermedad como una plaga de consideraciones “bíblicas” que castigaba exclusivamente a homosexuales y drogadictos y, por lo tanto, el resto era inmune a esta enfermedad.

Por otro lado, la reticencia de gran parte de la población al uso del preservativo en sus relaciones sexuales, a pesar de que está demostrado que es la medida protectora más eficaz, ha sido otro agravante. Diversas culturas están en contra de su uso, debido a la creencia de que fomenta la promiscuidad e incluso dudan de su eficacia demostrada para evitar la transmisión de la enfermedad en las relaciones sexuales. Por ejemplo, en el continente africano, el más afectado, se considera poco masculino el uso del preservativo, e incluso en algunos lugares se cree que este favorece la esterilidad.

A este desconocimiento, podemos sumarle actuaciones como la de la ministra de salud de Sudáfrica que en 2006 provocó la confusión entre la población -la de mayor proporción de infectados del mundo- al asegurar que los tratamientos antirretrovirales occidentales eran dañinos para la salud y promulgó la utilización del ajo y la remolacha para luchar contra el VIH/Sida.

Discursos como éste, favorecen que solamente el 20% de las jóvenes de las regiones en desarrollo tengan un conocimiento amplio y correcto sobre el VIH; y, con estos condicionantes no es de extrañar que el 41% de los nuevos casos sigan siendo en  jóvenes de entre 15 y 24 años.

Pero además del desencuentro entre la ciencia y las creencias, quizás los otros dos factores que han contribuido a la transmisión de la enfermedad han sido el estigma y las inequidades de género.

El desconocimiento que hay sobre todo en cuanto a los mecanismos de transmisión y el miedo a contagiarse -incluso al principio algunos sanitarios se negaban a tratar a estos enfermos-, así como las implicaciones sociales que se le achacan -estar enfermo para la sociedad significaba ser homosexual, drogadicto, o promiscuo-, provoca que a los enfermos/as se les estigmatice y se les aleje de la sociedad. Como efecto secundario, personas que sospechan que están infectadas no se hacen la prueba para no corroborar la realidad y no ser apartados de su entorno social.

Por otro lado, las inequidades de género han provocado que una enfermedad que en sus principios fue casi exclusivamente masculina revierta la tendencia con los años y ahora tenga un ligero predominio femenino, siendo mujeres más del 51% de las personas adultas que viven con VIH. La mujer, sobre todo en países en desarrollo, sufre una triple vulnerabilidad ante la enfermedad: la vulnerabilidad biológica, al tener mayor facilidad para infectarse en una relación sexual con un hombre con VIH, que viceversa; la vulnerabilidad económica, al no poder en muchos casos contar con recursos económicos propios incluso aunque trabaje, ya que lo gestiona su pareja, lo que impide acceso a los tratamientos, medidas preventivas y de apoyo; y por último, la vulnerabilidad social, que le impide en muchas sociedades tomar decisiones que afectan a su salud como el uso o no de preservativo, o poder ir por su cuenta a los servicios médicos.

Por todo ello, desde medicusmundi queremos que el 1 de diciembre sirva para reflexionar acerca de las medidas preventivas y la protección de las personas que viven con el virus del sida y tomar conciencia de la dignidad de las personas que deben convivir con esta realidad para la que aún no hay cura, pero para la que hay muchas más herramientas e información que en aquel 1981 en el que se diagnosticó el primer caso.

Día Mundial de lucha contra la Malaria

El 25 de Abril es el Día Mundial de lucha contra la Malaria y nos sirve para recordar que esta enfermedad sigue amenazando al 40% de la población mundial. Su parásito infecta a más de 500 millones de personas cada año y causa la muerte de más de 1 millón. El África subsahariana soporta la mayor carga de paludismo, pero la enfermedad también afecta a Asia, América Latina,  Oriente Medio e incluso a partes de Europa.

Frente a mensajes  como los lanzados por el Fondo Mundial de lucha contra el SIDA, la tuberculosis y la malaria diciendo que acabar con la malaria es fácil repartiendo suficientes mosquiteras impregnadas, Helen Epstein nos recuerda en su último artículo el peligro de encomendarnos a soluciones simplistas:

“Paul Russell, el principal responsable del programa de Erradicación de la Malaria, había prometido a la administración de Eisenhower  que los equipos de pulverización con DDT estrecharían los lazos de amistad con los aliados vacilantes por la Guerra Fría , estimularía el espíritu emprendedor de la población hasta ahora coartado por la malaria, abrirían enormes áreas de tierras fértiles para el cultivo, y fomentaría  el desarrollo económico para acabar con la pobreza y así estimular la demanda de  productos estadounidenses. Pero la campaña mundial del DDT resultó ser uno de los fracasos más famoso y costoso en la historia de la salud pública. Aunque en 1970 la enfermedad fue erradicada en dieciocho países, la mayoría se debió a que existía un control relativamente eficaz antes de que el programa comenzara. Donde la malaria había sido un problema difícil de manejar, el programa DDT tuvo poco efecto. Después de retirarse por unos años, los mosquitos de la malaria regresaron, pero siendo resistentes a los insecticidas, y en algunos lugares matando a más personas que antes.”

Por tanto, frente a problemas complejos no nos debemos dejar embaucar por las “balas de plata” que nos prometen acabar con ellos mediante una única solución. Ya desde 1920 los expertos de la Sociedad de Naciones recomendaban un abordaje global (drenajes de zonas pantanosas, acceso equitativo a la salud y a la educación, mejores viviendas…) que posteriormente fue abandonado por las recomendaciones a favor del DDT de la Fundación Rockefeller.

Para acabar, un homenaje a los Massukos, posiblemente el mejor grupo musical de Mozambique, cuyo percusionista Américo Miguel falleció en 2006 por malaria.

Escrito por Antonio Cabrera

Inteligencia y enfermedad

Foto de Javier Esteve Otegui

En The Economist publicaron recientemente un reportaje en el que se afirmaba que las diferencias entre los niveles de inteligencia encontrados en distintos países se debían a las enfermedades infecciosas. En el furgón de cola de esta lista de países se encontraba Guinea Ecuatorial seguida de cerca por Santa Lucía, Camerún, Gabón y Mozambique. Según los autores de otro estudio serían las infecciones por bacterias y parásitos como la malaria los causantes de un menor desarrollo cerebral, especialmente en los primeros años de vida.

Vanhanen y Lynn tras analizar las diferencias entre los niveles de inteligencia de 113 países enunciaron la teoría de que las diferencias de desarrollo económico entre países se debían a los distintos niveles de inteligencia. Esta  última teoría tiene sus limitaciones y sus peligros. Desde la controversia sobre lo que realmente evalúan los tests de inteligencia al reduccionismo de achacar a una sola causa un problema tan complejo como las desigualdades económicas entre países.

Como afirma J.A.C. Brown:

“La mayoría de la gente quiere creer que los problemas son sencillos en vez de complejos, quiere que se confirmen sus prejuicios, quiere sentir que no está marginada, lo que implica que los otros sí lo estén, y necesitan señalar a un enemigo que cargue con sus frustraciones”.

Para no caer en simplificaciones tentadoras pero engañosas podemos acercarnos al problema con libros tan recomendables como “La riqueza y la  pobreza de las naciones” “Armas, gérmenes y acero”.

Escrito por Antonio Cabrera.